martes, 18 de enero de 2011

EVENTO DE TUNGUSCA

J.J.D.R.

Primero llegó la luz. La madrugada se hizo día y el sol parecía desprenderse de la cúspide del cielo a toda velocidad sobre la tierra.
Aquel hombre miraba hacía el horizonte buscando alguna explicación a  fenómeno tan extraño. No podía elevar la vista, pues apenas abría los ojos, se le llenaban de lágrimas que le cegaban. La temperatura se elevó en cuestión de segundos y el aire se volvió sofocante. El hombre, alto y enfundado en su abrigo de piel, se descubrió la cabeza dejando a la vista su negra y descuidada melena. Unas gotas de sudor resbalaban por su sien mojando su cuello desnudo, haciendo que un escalofrío recorriese su cuerpo.
La luz y el calor se hicieron insoportables. Después de desprenderse de la ropa que le cubría, el sencillo aldeano de Evenkia se miró a sí mismo medio desnudo, y contempló su tierra siberiana mientras el río Podkamenannya hervía detrás de él, como si de una olla a presión se tratase.
Enseguida concluyó que todo había acabado. El mundo que sus ojos abarcaban a ver se derretía a su alrededor.
Una bola de fuego se abalanzaba sobre su cabeza y tan solo un milagro le podía salvar. Desde el momento fatal en el cual fue consciente de que era su último día, no experimentó pánico ni miedo. Tan solo una sensación de asombro le invadió, y su único afán, fue seguir contemplando aquella magnífica luz que se acercaba hacia su posición arrasándolo todo.
En cuestión de minutos todo acabó. De haber sobrevivido, de haberse realizado algún milagro, ése aldeano de la estepa siberiana, nos hubiese podido relatar como fue la mayor explosión sobre la tierra de la que el hombre moderno ha sido consciente. Pero por desgracia para todos murió. Al igual que todo ser vivo en muchos kilómetros a la redonda.

Sobre el cielo olvidado de Tungusca, la madrugada perezosa se volvió día, y aún hoy, no sabemos verdaderamente que fue lo que ocurrió.
Por todo ello, lo que narraré a continuación ha de entenderse como conjeturas basadas en los testimonios de aquellos que dos siglos atrás, y en las sucesivas expediciones que se han realizado hasta el día de hoy, han elaborado como posibles hipótesis de lo que en Tungusca pudo ocurrir.


El día 30 de junio de 1808, en las inmediaciones del río Podkamenannya, en la región siberiana de Tungusca, se produjo la mayor explosión sobre la tierra de la que el ser humano haya tenido constancia. Para hacernos una idea de la magnitud del fenómeno acontecido, bastaría señalar que; a cuatrocientos kilómetros de distancia del supuesto impacto, las ventanas de las casas estallaron y los aldeanos caían al suelo derribados por la onda expansiva. ¡Cuatrocientos kilómetros de distancia!, desde donde estas buenas gentes, ajenas a lo que estaba ocurriendo, testimoniaron haber observado un gigantesco hongo emerger de la tierra y elevarse inmenso e imparable hacía el cielo.
Otro testimonio de importancia fue el esgrimido por los maquinistas del transiberiano, que en su trayecto a más de cien kilómetros de distancia, narraron como vieron proyectarse hacía el suelo verticalmente y sobre el horizonte, una enorme bola de fuego que seguida de un enorme ruido, estalló en el aire, provocando un fenomenal temblor en el suelo, que hizo que tuvieran que detener la máquina de inmediato paralizados por el impacto, e incluso, llegaron a estar a punto de descarrilar.

La región de Tungusca quedó desolada. Todo quedó arrasado en una extensión de 2150 Km. cuadrados, y la magnitud de la explosión se catalogó en alrededor de diez a quince megatones, lo que podríamos equiparar a unas 185 bombas atómicas como la que fue lanzada sobre Hiroshima.
Los Tungus, etnia nómada local de origen Mongol, asistieron atónitos a una de las mayores catástrofes de la historia. Los que tuvieron la suerte de sobrevivir, explicaron como el sol se les vino encima quemando a familias enteras y arrasando miles de árboles y rebaños enteros de renos.
MILES DE ÁRBOLES ARRASADO

Por aquellos días, los acontecimientos políticos en Rusia bajo el régimen zarista, tenían convulsionado el país. La noticia de la catástrofe en Tungusca fue objeto de manipulación por las autoridades, que utilizaron el acontecimiento para asustar a los ciudadanos, catalogando el fenómeno como una señal divina en contra de las turbulentas protestas que el pueblo ruso mantenía con el régimen.
Ésos días el régimen zarista obvio el tema de la explosión y la región de Tungusca quedó olvidada, aislada del mundo durante trece largos años, en los que tan solo los Tungus mecieron su soledad en la taiga siberiana y sus penas más íntimas fueron lloradas al viento.

Los días siguientes a tamaño acontecimiento, en ciertas partes de Rusia como de Europa, se produjo un fenómeno que fue conocido como (las noches blancas), dónde se podía leer el periódico en plena calle sin luz artificial más allá de la medianoche. Éste fenómeno fue detectado por el observatorio del Monte Wilson en Estados Unidos, el cual, señaló una disminución en la transparencia de la atmósfera de varios meses debido al polvo arrojado por la detonación. Incluso el observatorio de Irtkutsk a 9000 Km del epicentro del suceso, registró perturbaciones en el campo magnético de la tierra.
Pero se necesitaron casi veinte años para que, ya con Lenin en el poder, éste autorizase a la academia soviética de ciencias para realizar la primera expedición a la zona del impacto. Tal empresa fue encomendada al geólogo Leonid Kulik.
Llegó abril de 1927 y la expedición de Kulik se puso en marcha, no sin antes encontrar muchos problemas para reclutar algún guía que quisiera abrir la marcha por aquellas tierras, que por todos eran conocidas como inhóspitas y peligrosas, llenas de terribles plagas de mosquitos gigantes y animales salvajes. Al fin consiguió que se uniese a su equipo el guía llya Potapovich Petrov, quien le ayudaría abrir marcha a través de la taiga siberiana.
KULIK Y SU EQUIPO
                                        
Llegando a las inmediaciones del epicentro del impacto, ascendieron una loma pronunciada con la intención de poder divisar con claridad el cráter que imaginaban encontrar. Kulik había leído con detenimiento las noticias que se manejaron sobre el suceso desde 1808, y estaba convencido de que lo que había ocasionado tamaña explosión era el choque de algún cometa o meteorito sobre la superficie de la tierra. Con ésta convicción, desde la altura a la que ascendió, pretendía localizar exactamente la ubicación del cráter que habría dejado el objeto estelar.
Kulik quedó impresionado con lo que desde allí pudo ver. La desolación del paraje era espectacular. Por doquier, inmensos árboles, miles y miles de gigantescos árboles, aparecían derribados en masa. El cálculo aproximado que se hizo, estimó en unos 80 millones de árboles devastados y orientados hacía un mismo lugar. En el epicentro de aquella zona, una explanada enorme de cenizas sobre terreno quemado, parecía el lugar exacto donde debería de haber estado el cráter. Pero no había tal erosión en la tierra, y solo un bosque de árboles jóvenes se aproximaba a la zona de la devastación.
ZONA AFECTADA

“Es increíble ver, como árboles de más de ochenta centímetros de diámetro se encuentran partidos como cañas de bambú”, llegó a comentar el geólogo. Su asombro se incrementó ante la ausencia de cráter, y su exposición de los hechos, apuntó a una explosión en altura, justo antes de impactar con la tierra, que generó una onda expansiva de tremendas dimensiones.
Después de varias expediciones a Tungusca, Kulik tuvo que suspender las investigaciones debido a la irrupción en el mundo de la II guerra mundial.
Al acabar la guerra se reanudaron las investigaciones y las expediciones a la zona en 1958, pero Kulik no pudo continuar investigando en Tungusca al fallecer en un campo de concentración nazi a causa del tifus.
Nunca se ha encontrado cráter en la zona, aunque todo apunta a que en la mañana de 1808, un meteorito o alguna porción de un cuerpo estelar impactaron en Tungusca. Muchas hipótesis se han elaborado sobre el evento, algunas de ellas bastante curiosas, como la que afirma que lo ocurrido en Siberia fue el estallido en vuelo de una nave extraterrestre. Pero hasta hoy día, de las casi 30 hipótesis más plausibles, ninguna cuenta con el apoyo mayoritario de la comunidad científica y cada una de ellas se quedan en el limbo científico ante la ausencia del cráter. Se ha derramado mucha tinta sobre este suceso. Algunas teorías señalan como posible que un lago cercano al epicentro del impacto, hubiese acolchado el impacto del meteorito o cuerpo estelar y de ahí que no se tuviese indicios del cráter. Pero incluso los análisis efectuados sobre el terreno por numerosos laboratorios de todo el mundo, no terminan de clarificar si los elementos minerales encontrados, pueden pertenecer o no a algún cuerpo estelar. Los indicios parecen afirmarlo, pero ¿Dónde está el cráter?
Ésta y no otra es la gran incógnita del misterio de Tungusca. Ocurrió algo espectacular en esa zona del mundo, eso es irrefutable, pero la falta en el terreno de un agujero que señale el impacto llena de interrogantes el suceso.
Fue una gran suerte que cayese en aquel rincón casi desierto del planeta, y no en algún otro punto masificado de la tierra, pues la catástrofe se hubiese teñido de tintes apocalípticos. Es cierto que murió mucha gente, incluso se puede decir, que apenas podemos discernir una cifra aproximada de los fallecidos. Pero la región de Tungusca, enorme en su extensión, estaba casi desierta de habitantes. Solo algunas etnias nómadas locales y otros asentamientos cercanos vivían en aquel mundo apartado del globo terráqueo que se sumió en una noche de cenizas y fuego, aún en el primer albor del amanecer.
LEONID KULIK
LEONID KULIK

Desde la primera expedición de Leonid Kulik transcurrieron los años y otros expedicionarios se aventuraron en los frondosos bosques de la taiga siberiana. Personajes como K. Floreski o Nikolai Vasiliev, continuaron investigando sobre el terreno aportando nuevas pruebas. Pero no fue hasta 1990 cuando se permitió el acceso a la zona de grupos de investigación extranjeros.
La no presencia de un cráter, ha llevado a los investigadores a promulgar como la más probable de las teorías que la explosión que provocó el desastre se produjo en el aire.
Por la inclinación de los árboles al ser derribados, se ha calculado que el objeto que explotó mediría unos 80 metros e irrumpió en nuestra atmósfera a una velocidad estimada de 30 Km por segundo, estallando en el aire a 15 kilómetros de altura, originando una bola de fuego de 13 Km de longitud y generando tras el impacto un hongo que llegó alcanzar una altura de 60 kilómetros y un ancho de 200 Km.
Lo que hace recelar sobre las diferentes teorías a muchos expertos en la materia, es el hecho de que no se detectase el supuesto meteorito o cuerpo estelar desde los diferentes puntos de observación alrededor del mundo. Algunos científicos, han querido subsanar este matiz, alegando la poca densidad de masa del asteroide y la lentitud con la que se precipitó en nuestra atmósfera e, incluso, la posibilidad de que la posición solar hubiera podido enmascarar la entrada del cuerpo celeste en la tierra.
De cualquier modo nos encontramos, aún hoy día, huérfanos de una explicación cien por cien fiable ante el evento de Tungusca.
Posiblemente nunca lleguemos a saber realmente que ocurrió. Pero si se trató de algún cuerpo externo que irrumpió en nuestros cielos e impactó, ha de valernos para estar atentos a lo que gira en derredor de nuestro cielo, allí arriba en el espacio, y llegar a entender que, en lo infinito del universo, simplemente estamos de paso y somos hormigas entre una estampida de ñus.
La taiga se rejuvenece. Con los años los bosques de árboles aún tiernos van poblando las huellas de la desolación de Tungusca. Los renos pastan en grandes rebaños a través de la taiga, y los Tungus, nómadas eternos, son incapaces de dejar de mirar al cielo cada mañana como en un ritual místico, y ruegan cada día, para que el sol no vuelva a precipitarse sobre sus cabezas.



Sin comentarios:

Publicar un comentario en la entrada

Entrada más reciente Entrada antigua Página principal