martes, 25 de enero de 2011

EL LEÓN DORMIDO


J.J.D.R

El Nevado del Ruiz se yergue altivo y solemne rozando su cumbre de 5.321 metros las nubes de un cielo plomizo y gaseoso.
Ubicado entre los valles Magdalena y Cauca, tierra Colombiana, se erige como perpetuo vigía andino de las pequeñas poblaciones que, en el departamento de Caldas y bajo la atenta mirada del volcán, se ubican fértiles valles y remansos tranquilos como el gualí, lagunillas y azufrado.
Desde tiempo inmemorial, éstas tierras, han sido pasto de ganado y despensa de los frutos que en ella crecían, para disfrute de los hombres que en ella trabajaban.
Su vigía volcánico, conocido como el “león dormido”, había de cobrarse el día 13 de noviembre de 1985 su deuda de respeto con el sacrificio de miles de personas.

NEVADO DEL RUIZ

Armero es un pueblo pequeño. Se ciñe sesgado en la ladera del volcán. Sus gentes, amables y trabajadoras, se han acostumbrado a mirar el cielo del horizonte y contemplar al vigía eterno y antiguo que postrado sobre su vientre de fuego, les ha regalado, generación tras generación, atardeceres de ensueño y bellos amaneceres.
Las calles del pueblo hacen que el caminante agudice sus sentidos; los colores vivos de las ropas, el olor que desprenden los bollos recién hechos, el verde intenso de las sandías mezcladas con todo tipo de frutas en los carromatos, nos transporta a un mundo sencillo y lleno de vida. Armero es un mercado en el corazón del volcán. Hay niños que juegan a la pelota y otros disfrutan de la piscina chapoteando y gritando su felicidad.

EL LEÓN DORMIDO

El auge del pueblo se fortalece gracias a las grandes haciendas dónde se cultivaba el sorgo y el arroz, el ajonjolí y el algodón, que proporciona trabajo a mucha gente. La ganadería aumenta los ingresos de Armero. Los espléndidos valles son un paraíso de pastos frescos para el ganado.
Armero, en definitiva, es un bello lugar donde vivir y centro neurálgico de la provincia de Tolima, donde acuden negociantes de toda la región para el intercambio de productos y actividades.
El rugir del suelo comenzó siendo un débil murmullo. Durante varios días el cielo se volvió turbio tras una capa espesa de azufre y ceniza. La tierra se estremeció en varias ocasiones y los habitantes de Armero, reconocieron enseguida el vocabulario de su vigía hablándoles de su poder escondido. Los centros de sismología del país evidenciaron actividad en el Nevado del Ruiz. Las gentes de Armero, acostumbradas a sentir de cuando en cuando las tripas del gigante, aunque temerosos de su fuerza y su poder, no se mostraban preocupados por un posible vómito de fuego, ya que las autoridades minimizaron las posibles consecuencias de los primeros síntomas del volcán.
La noche llegó y Armero durmió. Las luces de las viviendas se apagaron. Sólo las farolas lucían rodeadas de una ingente cantidad de mosquitos que pululaban nerviosos alrededor del calor de  los focos de luz.
La noche se cierra sobre Armero y la desgracia baja rauda y veloz dispuesta a perturbar la calma de aquel tranquilo rincón del mundo.
Las tripas del Nevado del Ruiz comienzan a despertar y ahora rugen con fuerza. De su boca de piedra y arena negra, comienza a brotar una mezcla de gases y olores fétidos que se van expandiendo por la cumbre. Poco a poco el volumen de los gases asciende. El olor del azufre es insoportable y el magma rojo y ardiente comienza a emanar de la boca del cráter. Su lava mortal se diluye sobre el hielo perpetuo del macizo, y al mezclarse ambos elementos, forman una lengua fétida de lodo y fango que baja por las laderas arrasando todo lo que se opone en su camino.
En cuestión de minutos, el Nevado del Ruiz exprime su enorme estómago de fuego expulsando la ira que contiene dentro de sus tripas.
El cielo se vuelve rojo y el aire irrespirable. Colosales fumarolas de azufre se elevan hacía el cielo en un lenguaje antiguo. Pero no hay nadie para leer mensaje tan claro.
Armero duerme y ya es tarde. La marea de fuego parece haber roto los muros de la presa del infierno, y baja veloz devorando la tierra, los ríos, los árboles y la vida.
Apenas en unos minutos el hielo fundido en el glaciar es casi más mortal que el fuego. La riada de fango y lodo se precipita y envuelve el pueblo en un abrazo mortal. Las casas son llevadas ladera a bajo con sus gentes dormidas. Los vehículos encallan en los ventanales de las casas y los árboles se incrustan en los salones de las viviendas. Los cadáveres aparecen por doquier. Los gritos de dolor y miedo son tragados, en cuestión de segundos, por el fuego y el barro que como un tsunami de terror, baja en riadas que superan los 300 kilómetros por hora...

ARMERO BAJO EL LODO

Los tejados de las viviendas se hunden en la tierra, los animales se agolpan en los esquinazos, muertos y apretados, esperando que el próximo golpe de la riada los esparza calle abajo.
Gritos y angustia. Ése es el sonido de Armero. Su dios de roca y arena, su vigía andino de fuego, se cobra su sacrificio mortal en un ritual endemoniado de ácidos letales.

LA TRAGEDIA ES INCALCULABLE
                             
La muerte baja por la ladera sin compasión. No hay selección en su marea de lodo. Todo lo que envuelve se convierte en pasto del horror. El león dormido ruge furioso. La lava brota sin control derritiendo el hielo perpetuo de sus glaciares, y el mundo se muestra rojo como la sangre. Sangre que igualmente se desvanece de los cuerpos de los desdichados que, en un número ingente, van ahogándose en un mar improvisado  compuesto de las tripas de la tierra.
No se puede respirar. Una lluvia de ceniza polvo y arena, cae sobre el pueblo como un manto opaco, cual mortaja áspera y dolorosa, evita que la gente pueda ver más allá de su nariz. Armero duerme bajo el influjo de las tinieblas del horror.
SUPERVIVIENTES

En pocos minutos todo acabó. En un breve espacio de tiempo el fango acaba con la vida de miles de personas. Y sin embargo parece que el reloj no haya corrido ni un segundo. La quietud y el desamparo del lugar se asemeja más a un desierto que al pueblo que horas antes rebosaba vida.


Amanece sobre Armero. La erupción del león dormido ha alertado a las poblaciones cercanas, que han sido testigos de los temblores y  vómitos de  magma.
Sobre la superficie no queda nada. Todo Armero es un barrizal de lodo y fango. Piedras y árboles caídos, vehículos destrozados, casas derruidas, ropas ajadas y manchadas de marrón y sangre; ahogados zapatos, animales putrefactos e hinchados, cadáveres de hombres y mujeres que se desplazan como muñecos de barro de un lado a otro movidos por la ya débil corriente.

Cuando los servicios de rescate comienzan a percatarse de la magnitud del desastre no dan crédito a lo que contemplan.
Los habitantes de Armero que lograron sobrevivir a la tragedia, deambulan rotos por el dolor y las heridas, pegajosos sus cuerpos manchados de fango, como pasta de segunda piel que les quisiera proteger el alma.
Sólo se oyen los llantos. Algunos piden auxilio atrapados entre los escombros de sus propias casas; sepultura que, a otros muchos, el volcán a erigido sobre sus cabezas mientras dormían.

EL NÚMERO DE VÍCTIMAS ES BRUTAL
                                         
LOS SUPERVIVIENTES CUBIERTOS DE LODO
 Los niños que jamás deberían de sufrir, que jamás tendrían que saber lo que es el dolor, buscan a sus padres entre los muertos.  Voltean cadáveres con la esperanza de que los ojos que encuentren al girarlos, no sean los de sus seres queridos, mientras lloran amargamente la desdicha de sentir su mundo roto.
Las luces de las ambulancias parpadean emitiendo sus colores centelleantes. Hombres y mujeres se afanan en la búsqueda de supervivientes y la zona del desastre comienza a ser tomada por los equipos de rescate. En cada rincón de Armero la gente empieza a colaborar de inmediato en las tareas de ayuda. Por doquier, en cada rincón, se puede ver a hombres que portando cuerdas, con las manos o lo que tienen a su alcance, arrastran los cuerpos de los que piden auxilio y están atrapados. Comienzan a llegar los médicos y tratan de salvar el mayor número posible de vidas.





Un aeroplano sobrevuela la zona y el piloto comprueba que Armero ha desaparecido bajo el lodo. Sólo se aprecian los tejados derruidos y los miles de cadáveres que se hayan esparcidos por la ladera del Nevado del Ruiz.
Los medios de comunicación se hacen eco de la noticia. Colombia se viste de riguroso luto cuando, a lo largo del día, se comienzan a dar cifras aproximada de los muertos. La conmoción sacude el país.
VEHÍCULOS BAJO EL FANGO

En el ámbito mundial, a mediada que las horas pasan y el número de víctimas va en ascenso, los medios de comunicación de muchos países se movilizan para dar cobertura a la tragedia.
                                       

LOS EQUIPOS DE RESCATE NO TIENEN DESCANSO
El mundo comienza a ser testigo del sufrimiento de Armero. Las imágenes captan el desastre causado por el león dormido. Los hombres y las mujeres cubiertos por el barro, empiezan a dar testimonio ante las cámaras de medio mundo de lo acontecido. Las imágenes muestran cómo los cuerpos de familias enteras que han perecido son arrastradas por los brazos y sacados sus cuerpos inertes del profundo fango.
Los rostros desencajados, las manos amoratadas. Cuerpos semidesnudos que muestran la violencia de la riada mortífera. Los llantos, la desolación, el sentimiento de quien lo ha perdido todo. La angustia, el desaliento, y la sangre que brota de las heridas. El dolor, el miedo y la rabia contenida por la impotencia de ver toda una vida que se esfuma en una noche negra. El desorden, el caos, el fango y el lodo espeso y cruel, el agua putrefacta, el aire irrespirable, el azufre las piedras y la nada.
Armero es iluminado por improvisados focos que alumbran el terreno. La mayoría de las casas han desaparecido arrancadas del suelo por la fuerza de la riada. Las que aún se debaten entre seguir erguidas o sucumbir ante un terreno cada vez más inestable, acumulan los restos de los cuerpos que la riada acoge entre sus muros.
Las labores de rescate continúan. Ya es media tarde cuando un grupo de varios hombres se acerca a una pequeña vivienda que aún sigue en pie.
Sin tejado, y apenas con algún muro que recuerde su antiguo estado, la humilde vivienda es prácticamente un solar inundado de aguas oscuras y fango dónde las sillas y enseres flotan en lo que debería de ser el patio de la vivienda. Algunos maderos y mucha suciedad mezclado con el lodo, hacen de la charca un lugar oscuro y desagradable.

La voz de una niña alerta a los equipos de rescate. A un lado de la charca, una pequeña de pelo negro y rizado pelea con la muerte intentando mantener la cabeza fuera del agua. Angustiados por la situación desesperada de la joven, se acercan a ella e intentan sacarla. Los gritos de dolor de la niña estremecen a los profesionales que rápidamente se dan cuenta de que el pequeño cuerpo está atrapado en el lodo.
                     
                                                    

Se duplican los esfuerzos. La gente se agolpa en derredor del lugar y entre todos comienzan a desescombrar lo que está a su alcance. La niña está consciente. Habla con sus rescatadores indicándoles que no puede mover las piernas. No sabe que la retiene en la charca. Tan solo dice que le duele cuando se mueve y que está tranquila porque sabe que lograran sacarla de allí.
Cae la noche y los focos de luz se han trasladado hasta la casa. Toda la atención se centra en rescatar a la niña de una muerte segura. Lleva horas sumergida y las fuerzas van escaseando.
Se llama “Omayra Sanchez”.




De voz dulce y serena habla con toda la gente que tiene a su lado.
Tiene trece años.
Estudia en la escuela del pueblo y dice que pronto todo habrá pasado y volverá a jugar con sus amigos. Los que presencian la dantesca escena se admiran de la entereza de Omayra. La tranquilidad con la que envuelve cada frase que pronuncia estremece a los testigos, que no dudan en calificar su comportamiento como algo sobrenatural.
Los buzos han encontrado el escollo que atrapa el cuerpo de Omayra.
Varios cadáveres se amontonan bajo su cuerpo atrapados entre rocas y arena. Al intentar moverlos, desgarran las piernas de la pequeña motivando que se agite de dolor.

SUS OJOS PROFUNDOS Y LLENOS DE ESPERANZA
Los cuerpos de los fallecidos resultan ser los de sus propios familiares. La situación es delicada. Hace falta una motobomba para sacar el agua de la dichosa charca e impedir así arrancar las piernas de la niña. Las horas pasan y aquel pequeño lugar del mundo se convierte tristemente en el más conocido del planeta.
La situación en Armero pasa a convertirse en desastre nacional. La gente se ocupa en evacuar heridos y enterrar los cuerpos de los fallecidos. Se ha comenzado a limpiar de escombro y lodo las calles, pero reconstruir Armero será tarea dura y lenta.
La noche ha pasado como pasa un siglo.
Se comienza a especular sobre si la necesaria motobomba llegará a tiempo.  Está lejos y no saben cuanto puede tardar en llegar. El fango sigue filtrándose en la charca, y el agua sube de nivel llegándole a Omayra casi hasta la boca.
Los socorristas le han colocado un madero a la altura de la cabeza con la intención de que se agarre a él y mitigue en la medida de lo posible el dolor que siente en el cuello al tener que alzarlo permanentemente para no ahogarse.
El drama es total. Tamaña tortura no puede estar ocurriendo.
Omayra se muestra fuerte y decidida. Parece estar hecha de una pasta diferente a cualquier mortal.
Los telediarios de todo el mundo comienzan sus crónicas con las imágenes de la pequeña Omayra agonizando.
Es imposible contemplar a la niña sujeta al madero con el agua al cuello y no sentir que las lágrimas broten sin control. La impotencia se apodera de los que quieren ayudar a Omayra.
INTENTAN SACAR A OMAYRA DE SU AGÓNICA SITUACIÓN
                     
El nivel del agua sigue subiendo y en poco tiempo le cubrirá la cara matándola. Se habla entonces de otra opción. Sugieren la posibilidad de amputar las piernas de la pequeña para poder sacarla, pero en cuestión de segundos se desestima por no disponer de cirugía.
No se lo pueden creer.
No asimilan que la dulce niña, ésa que anima a todos a seguir adelante cuando su muerte es casi inminente, se marche de esa manera a la vista de todo el planeta sin que nadie pueda hacer nada por salvarle la vida.
Las críticas comienzan a llover sobre el gobierno Colombiano por parte de diferentes países. La indiferencia es la mejor respuesta que pueden dar a Omayra mientras agoniza entre la vida y la muerte.
Han pasado tres días desde el comienzo de la tragedia. Omayra, aunque parezca mentira, sigue luchando contra la muerte sin descanso. Cada segundo de cada minuto, se aferra a ésta vida, que cada vez se le antoja más lejana y fría.
Las fuerzas comienzan a abandonar su cuerpo. Un hombre se ha acercado a la niña y la sujeta a un madero para evitar que se hunda.



Todas las secuencias de la agonía de Omayra son retransmitidas en directo por decenas de cámaras de televisión.
El espectáculo macabro se cierne sobre Armero. Hay Gente que quiere dignificar lo que ve como una muerte anunciada, y quienes especulan con la muerte de la pequeña Omayra con la intención de sacar réditos de su eterna agonía.
Pero la niña sigue indiferente a todo lo que le rodea. Cada vez que habla, dignifica más su condición humana, demostrando al mundo entero que su fortaleza y su entereza es el bien más preciado que posee.
Ha su corta edad, mientras su cuerpo agotado y enfermo se reblandece y asfixia, su mente es la de una heroína épica que se preocupa por su madre y su familia aún cuando la muerte le roe su joven corazón extenuado.



Después de más de setenta y dos horas de agonía, Omayra Sánchez muere a causa de una gangrena gaseosa.
La conmoción fue brutal en su país y en el mundo.
Sin quererlo, sin ni siquiera poder imaginar lo que sucedía fuera de la charca, Omayra Sánchez con su valentía y su carácter sobrio y digno, se convertía en un icono para muchos, en un ídolo para otros, en una heroína joven y sencilla para la gente que la quería y la conocía.
Todo el mundo coincidió al pensar que no se hizo todo lo posible por salvarla. El gobierno colombiano actuó inadecuadamente al no priorizar y garantizar los medios necesarios para evacuar a la pequeña. Omayra se había convertido en un ejemplo a seguir. Fue un destello de luz en medio de un caos de destrucción y muerte. Omayra fue esperanza, la misma que transmitió cuando con el agua al cuello y sus manos blanquecinas y tumefactas por las horas en el agua, se agarraba a un madero sin soltar ni una lágrima ni emitir un gesto de dolor o miedo.
Hoy día, muchos años después de la tragedia del volcán Nevado del Ruiz, hay gente que pide la santidad para Omayra Sánchez.
Para todos los que creen en ritos e iconos eclesiásticos, opinan que su coraje merece ser reconocido como señal divina.
En la casa en la que falleció, en ésa charca mortal que la atrapó hasta el final, hoy descansa una tumba de cal blanca rodeada de una verja de color azul.
                            
El lugar es venerado por muchos fieles que dicen percibir la influencia del espíritu de Omayra.
Su madre, que cuando se produjo la tragedia se encontraba de viaje en Bogotá, se enteró de la muerte de Omayra al bajar de un autobús y ver la famosa foto que dio la vuelta al mudo (tomada por Frank Fournier), y que era primera plana en un periódico.
De bruces se encontró con los ojos negros y profundos y  el pelo ensortijado de su pequeña.
La pobre madre, según cuentan, quiso morir.
Deseó dejarse llevar por la inanición y acompañar a su hija que, junto con su otro hijo y su marido, fenecieron en la tragedia. Pero gracias a Álvaro, hermano de Omayra y superviviente del desastre, Aleida Garzón salió adelante pese a la carga emocional que la perseguía por no haber podido estar con su hija en sus últimos momentos de vida.
LA MADRE DE OMAYRA JUNTO A SANTOS
PRESIDENTE DE COLOMBIA
(CONMEMORACIÓN 25 AÑOS DE LA TRAGEDIA)

Un ejecutivo de Oxi, empresa petrolífera, acompañó durante horas a Omayra en su desgracia. Semanas después, contactó con Aleida para ofrecerle trabajo y proporcionarle una nueva vivienda tal y como se comprometió hacer en respuesta a las peticiones que Omayra formuló, y en las que pedía que ayudasen a su madre. Según se dice, la madre de Omayra Sánchez fue incapaz durante años de visitar la tumba de su hija. Le dolía el alma al ver la foto de su pequeña agonizando en el lodo.
Su niña debió de sobrevivir y jamás se perdonaría  no haber estado con ella.
Omayra dejó un legado muy grande en su corta vida. Con trece años, con toda la vida por delante, con sus sueños y sus deseos, sus canciones y sus juegos, con el alma y el corazón listos para amar y ser amado, nos enseñó cómo saber morir.
Cuando la palabra muerte llega a nuestra mente, la apartamos de inmediato, la arrojamos a lo más profundo de nuestro subconsciente y la dejamos allí oculta y apartada. Pero saber morir, desgraciadamente, forma parte de saber vivir, y  precisamente es lo que Omayra nos enseñó, ésa es su experiencia y su legado.


Jamás olvidaré aquellos ojos negros y tranquilos que aparecieron en la pantalla de mi televisor cuando apenas era un niño.
Por aquel entonces, con su misma edad, no comprendía como una niña podía morir así.
Jamás he podido olvidar su cara y sus palabras. Recuerdo llorar amargamente al ver su sufrimiento.
Sé que siempre me acompañará la imagen de una niña de ojos negros y pelo ensortijado que dejó éste mundo el día 16 de noviembre de 1985, y que aprendió a morir, mucho antes de aprender a vivir.



En Armero murieron más de 23.000 personas por la erupción del Nevado del Ruiz, cuando en el pueblo vivían 25.000 habitantes.
Se supo después que durante un año, los sismógrafos habían detectado la incipiente actividad del volcán dando claros indicios de una posible erupción.
Días antes, cuando la lluvia de ceniza empezó a caer sobre Armero, se tranquilizó a la población indicándoles que no corrían peligro.
Al derretirse el glacial de la cumbre del Nevado, el hielo fundido con el barro, la lava, y lo que recogía en su bajada mortal, cubrió Armero con cerca de 350.000 metros cúbicos de fango, rocas, árboles, animales y escombros.
Como en casi todas las grandes tragedias de nuestra historia, se pudo evitar, y con ello haber salvado muchas vidas humanas.


ARMERO


Aún hoy día, soy incapaz de ver las imágenes de Omayra luchando por sobrevivir bajo el lodo, sin sentir pavor y desaliento, al saber que se pudo salvar su vida y no se hizo lo correcto para evitar su muerte.




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