J.J.D.R
Hace horas que el silbar de las balas y los cañonazos nos asedian desde lo alto de la colina. La trinchera en la que llevamos sepultados varios días, está colmada de cadáveres de jóvenes compatriotas que han dado su vida en esta maldita guerra.
La sangre se mezcla con la arena y el barro, y forma regueros que gotean por todas partes. El olor es insoportable. A los cuerpos en descomposición, se unen los vómitos y diarreas causadas por el miedo, y el aroma que desprende la sangre y la propia muerte se vuelve insoportable. Allá donde miras, los cuerpos de cientos, miles de hombres, sirven de parapeto para los que como yo, aún seguimos vivos y empuñamos un arma a la espera de que lleguen pronto los refuerzos.
MAPA DE LOS DARDANELOS |
Cuando lleguen lo tendrán complicado. Los otomanos nos fríen desde la cota 60. Nos están barriendo de Gallipoli y, en breve, ésta bahía de Suvla estará bajo su control. Estambul será un objetivo difícil de conquistar mientras el general Atatürk, se siga mostrando tan eficaz en el desarrollo de sus acciones combinadas con apoyo alemán. La resistencia que están ofreciendo es tan fuerte, que creo que no duraremos mucho en éste valle infernal.
DESEMBARCO DE TROPAS BRITÁNICAS EN LA BAHÍA DE SUVLA |
Hace un rato, mientras junto a un compañero retirábamos el cuerpo de un oficial muerto fuera de la trinchera, una bala me ha rozado la cabeza. Creo que ha llegado a rozar el casco. Sé que en cualquier momento, mientras sigamos en la trinchera sin hacer nada, los francotiradores turcos nos tienen a tiro de sus miras telescópicas igual que si fuéramos muñecos de un estante de feria. Además estamos en agosto, el calor es insufrible, y las ampollas que me han hecho las húmedas botas me producen un dolor horrible. Ayer cometí la estupidez de cambiar mi último par de calcetines por un paquete de cigarrillos. El humo del cigarro me tranquiliza la mente, pero sin el vicio del tabaco, las ampollas de mis pies no hubiesen salido.
No sé realmente por qué escribo esto. Sé que lo más probable es que nunca nadie lo lea. Pero mientras escribo, mi mente está abstraída del ruido constante de las explosiones, y, al menos, si en una de éstas mi cuerpo termina esparramado por entre estos muros de dolor, será como si estuviese escribiendo sobre la hierva verde y reluciente de mi casa en Nueva Zelanda.
AUSTRALIANOS Y NEOZELANDESES EN SUVLA |
La batalla de los Dardanelos estaba siendo de las más crueles y mortíferas de la primera guerra mundial. Seguramente Churchill había esperado encontrar menor resistencia turca en la bahía de Suvla, y ahora, cuando por el bando aliado formado por británicos, neocelandeses, australianos y franceses, yacían muertas más de 30.000 almas, sus habanos no debieron de saberle todo lo bien que a él le gustaba.
La campaña constituía por sí misma un golpe de efecto certero si se llevaba a cavo con éxito, pero sería terrible para el frente aliado asumir una derrota contra los otomanos.
Para ello contaban con el apoyo combinado de las fuerzas aliadas y el factor sorpresa, para apoderarse de la colina desde donde, apostados en situación privilegiada, los turcos destrozaban con sus mecanizados y piezas de artillería cualquier intento de apoderarse de la cota 60.
Para tal empresa los neozelandeses ocultos en las trincheras como cobayas enjaulados, necesitaban del apoyo del 1/5 batallón regimiento Norlfok, que debía de darles cobertura de inmediato para intentar el asalto a la colina.
ARTILLERIA OTOMANA |
TROPAS TURCAS |
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Ayer tuvimos noticias del regimiento de Norfolk. Parece que se atrincheran ha escasos dos kilómetros de nosotros. Puede que en breve tengamos de nuevo la oportunidad de salir de nuestros agujeros e intentar, aunque sea nuestra última oportunidad, hacer algo por acabar con esta batalla.
El batallón Norfolk se encargará de abrir el camino por el valle hasta las faldas de la colina. Los británicos tienen fama de aguerridos, y espero poder estrecharles pronto la mano.
BATALLÓN NORFOLK |
Somos unos veinticinco más o menos los que de mi grupo de avance quedamos en éste lado norte de la trinchera, el resto se a desplazado hacía el sur para dar cobertura a los franceses y asegurar la retaguardia.
BAHÍA DE SUVLA |
Desde nuestra posición podemos ver con precisión a través de los prismáticos, como el batallón Norfolk se acerca con cautela. Deben de ser unos ochocientos hombres que se mueven con sigilo entre la maleza del valle mimetizados entre los colores del terreno. De no haber sabido por donde vendrían, se hubiesen plantado delante de nuestras narices sin darnos cuenta.
Mi oficial al mando me ha dicho que será a media tarde cuando comencemos el despliegue hacia la colina. Los del Norlfok encabezarán la ascensión abriendo fuego de cobertura, mientras que nosotros en una táctica envolvente, debemos de unirnos con nuestros compañeros al final de la trinchera, subir por el sur hacía la cota 60 y de esta forma rodear a los turcos en su nido.
LOS OTOMANOS RESISTEN |
Tal y como me lo contaba el oficial parecía un juego de niños. Más vale que vengan estos británicos con ganas de bulla, porque de lo contrario, creo que nos van a freír de lo lindo.
Algo extraño a sucedido. No sé siquiera si debo contarlo. Pero lo cierto es que, ante todos, el regimiento Norlfok a desaparecido.
Trataré de ser breve para no cometer el error de que me pillen escribiendo.
Los del Norfolk estaban a escasos veinte metros del lecho seco de un río, cuando algo muy extraño ha sucedido. Endel, ése muchacho de aire intelectual, ha sido quien ha puesto al resto sobre aviso. El cielo que, desde primera hora de la mañana estaba totalmente despejado, ha comenzado a cambiar. Varias nubes en forma de pan de hogaza de grandes dimensiones han aparecido de repente a baja altura. En principio solo Endel se ha percatado de este fenómeno, que para el resto no ha significado más que otra apreciación ridícula de este muchacho extravagante y raro. El caso es que, en cuestión de segundos, de nuevo Endel ésta vez excitado y con gesto de pánico, nos indicaba que mirásemos hacía la posición del batallón.
VALLE DE SUVLA |
Una de las nubes se comportaba de forma inadecuada para tratarse de un compuesto gaseoso. Se movía lentamente planeando sobre el cielo, y despacio se dejaba posar sobre el lecho del río cubriendo la zona de una neblina inesperada y muy densa.
Suponemos que el batallón de Norfolk se ha dado cuenta de esta anomalía, pero quizá desde su posición no aprecian con claridad los extraños movimientos que esa nube estaba realizando.
EL BATALLÓN NORFOLK DESAPARECE |
La neblina se ha vuelto cada vez más espesa, tanto, que solo apreciamos los márgenes de la nube que debía de medir unos 265 metros de longitud y unos 60 de anchura, de un color gris casi metálico, que todos los que desde nuestra posición hemos sido testigos, coincidimos en su característico carácter casi sólido y metálico. Provistos de nuestros prismáticos hemos visto avanzar la columna del batallón sin detenerse. Los hombres han comenzado a desaparecer en la espesa niebla y, como si de leviatán con Jonás se tratase, la niebla se los iba comiendo uno a uno hasta completar todo el regimiento.
Hemos esperado pacientemente que los soldados salieran de la niebla, más allá del lecho del río, pero han pasado los minutos y ni uno solo de ellos ha emergido de la grisácea espesura. No podíamos ver nada. Solo ése color gris espeso y extraño que apareció en unos segundos y se quedó allí, en ése lugar del valle.
Pasado el tiempo el nerviosismo ha empezado a calar entre nosotros. No hay otra dirección. El lecho del río era la senda a seguir, la que les llevaría diréctamente hacia nosotros.
Pero lo que nos ha dejado a todos atónitos y sin palabras es lo que ha sucedido después. La extraña nube, cobrando vida, ha empezado a ascender lentamente y se ha ido elevando en el cielo dejando sobre el terreno la luz del día y, a la vista de todos, los árboles, la maleza y el propio suelo, que antes éramos incapaces de apreciar.
Lógicamente la pregunta es ¿Qué hay de los soldados del batallón de Norfolk?, pues nada, ni rastro. Esos soldados se han esfumado, volatilizado, diluidos en esa nube, desaparecidos entre la misteriosa niebla sin dejar rastro.
Esa nube ha bajado en el momento preciso en el que los soldados se disponían atravesar el lecho seco del río y, una vez que estaban dentro de la niebla, se ha elevado y ha desaparecido en dirección a Bulgaria. Si no fuese porque somos muchos los que hemos contemplado este extraño suceso, creería seriamente que me estoy volviendo loco de remate.
¿Qué ha sido lo que se ha llevado al batallón de Norfolk?, ¿Qué les ha ocurrido?
El oficial al mando se ha percatado de que estoy escribiendo y se dirige hacia mí. Espero no morir para poder contar lo que he visto en esta mañana de agosto.
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Cincuenta años después, tres soldados del Cuanz, (comando unido de Australia y Nueva Zelanda), contarían lo sucedido aquel 12 de agosto de 1915 en la batalla de los Dardanelos, concretamente en el valle de Suvla.
El testimonio causó una auténtica sensación teniendo en cuenta que hasta la fecha, el paradero de los soldados del batallón 1/5 del regimiento Norfolk no estaba claro.
El informe oficial de lo acontecido aquella mañana de agosto afirmaba que, según fuentes oficiales, el fenómeno meteorológico de niebla en el valle era característico y sintomático de la zona y no referenciada nada extraño. Proseguía la versión oficial diciendo; que los cuerpos sin vida de ciento veinte soldados del batallón de Norfolk fueron encontrados y, en cuanto al resto, la ausencia de cuerpos se debió al grado alto de temperaturas, y la fácil y rápida descomposición de los cuerpos.
También se consideró como causa de la desaparición, la posibilidad de que aprovechando la densa niebla, los soldados hubiesen caído en una emboscada y hechos prisioneros por el mando otomano.
Lo curioso del caso es que después de la guerra, los británicos pidieron que fuesen devueltos los soldados del batallón Norfolk, pensando que estaban prisioneros a manos de los turcos. El mando Otomano aseguró que no tenía en su poder ningún soldado de dicho batallón, y que aquel día de agosto en el valle de Suvla no hicieron prisioneros.
La nube bajó y se los llevó, sembrando en los pastos secos del valle de Suvla, una nueva incógnita y un nuevo misterio.
TRINCHERAS |
MONUMENTO A LOS MUERTOS EN LA BATALLA |
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