J.J.D.R.
En una de las habitaciones del cortijo Pitango, la niña María Martínez Martínez descansa en la cama, cuando de la nada, aparecen unas llamaradas que comienzan a envolver su pequeño delantal prendiéndole fuego. La niña comienza a gritar. Sus familiares y los jornaleros que trabajan en la finca acuden de inmediato a socorrer a la niña que está angustiada ante las llamas que roen sus ropas. Sofocan el fuego y tranquilizan a la pequeña que no sabe dar una explicación razonable del extraño suceso.
A la misma hora, muy cerca, varios fuegos que surgen de improvisto ante numerosos testigos, prenden montículos de trigo y enseres de labranza en el caserío Franco.
LAROYA (ALMERÍA) |
Los laroyanos no salen de su asombro. Testigos presénciales narran como han visto aparecer unas esferas de tonalidades azules en el aire que, al posarse sobre los objetos, hace que ardan como una tea colérica.
El miedo y asombro se acrecienta cuando cae la noche y los sucesos se repiten de nuevo.
La pequeña María será de nuevo el epicentro de un fuego inesperado que surge en su habitación. Ésta vez, María no está sola. Hasta cuatro personas la acompañan. La luz extraña ha surgido en medio de la habitación y se ha posado sobre la cama.
Las sábanas arden de inmediato mientras que un miedo indescriptible sacude unos cuerpos abotargados por la histeria y el desconcierto.
LOS FUEGOS APARECEN DE LA NADA |
Aquello es demasiado para los aldeanos. En plena noche se reúnen bajo el cielo estrellado y deciden organizar una batida, convencidos de que los fuegos tienen que ser provocados por alguien que merodea por el pueblo.
Las horas pasan. La infructuosa búsqueda de un posible culpable no da resultado. Todo es muy extraño. Nadie en el pueblo recuerda un suceso parecido, ni siquiera los más ancianos del lugar.
Amanece. La serranía de los Filabres se tiñe de colores pasteles mientras sus moradores, que apenas han podido conciliar el sueño, despabilan sus miedos con la llegada del día.
Hace rato que se ha dado aviso a la guardia civil. El puesto más cercano es el de Purchena-Macael, desde donde se prevé que llegue en breve la autoridad.
La mañana transcurre tranquila y sin sobresaltos. Por momentos, la calma hace olvidar la angustia de la pasada noche.
El cabo Santos está al frente de un grupo de cuatro hombres.
El primer lugar a donde se dirigen es el cortijo Pitango. Varias vigas de madera han ardido. Aún se puede oler el humo del misterio. Los guardias interrogan a los testigos y los gestos de sus caras reflejan perplejidad por lo que oyen.
Sin tiempo para especular sobre enajenación colectiva o engaño, un grito que proviene del interior de la casa alerta a los guardias civiles. Cuando entran en la vivienda, una llamarada azul está posada sobre una olla de comida que arde sin control. En cuestión de segundos, objetos de la vivienda, entre ellos una cama, salen ardiendo sin causa lógica. Cuando intentan sofocar el fuego, las llamas parecen flotar y distanciarse como si tuvieran vida propia, y ni el agua o el uso de mantas son capaces de mitigar las llamaradas. Sólo cuando el fuego ha devorado a placer su objetivo se extingue lentamente dejando todo calcinado.
Lo sucedido escapa a cualquier razonamiento. El cabo Santos mira fijamente a sus compañeros buscando un gesto o palabra que le saque del ahogo que siente.
Los próximos tres días serán caóticos. Ni en sus peores pesadillas, podrían haber imaginado un escenario tan dramático. Por todo el pueblo, en las calles y plazas, en las fincas adyacentes o en cobertizos y gallineros, los misteriosos fuegos queman a su antojo todo lo que abrazan a su alrededor. Todo comienza como una luz estática en el aire que se posa como un rayo sobre cualquier cosa para prenderla en llamas.
Hablan de esferas de tonalidades blancas y azules de extraño aspecto, claramente visibles sobretodo en la oscuridad de la noche. Aseguran haber visto como surgen inesperadamente frente a ellos quemando todo a su paso.
Al acabar y dejar en cenizas los objetos, la tierra, la ropa o los aperos de labranza, desaparece para reaparece en otro sitio distinto en cuestión de segundos incendiando de nuevo.
Laroya no posee luz eléctrica y no cuenta con depósitos de combustible o productos químicos que puedan ser la fuente de combustión de los misteriosos fuegos.
Suenan las campanas de la iglesia. Desde que comenzaron los fuegos, Luis Silverio, párroco del pueblo, no ha dejado de alertar a los vecinos de los múltiples y descontrolados incendios, más de cien en la jornada del día 24 de junio.
Laroya arde sin control. Un miedo profundo se cierne sobre los vecinos que son incapaces de entender que está ocurriendo.
La guardia civil no sabe que hacer ni dónde atender. En uno de los caseríos dónde recavaban información de los testigos, el teniente Antonio Arriba se dispone a dejar su chaqueta colgada en un perchero cuando la prenda comienza a arder de forma sorprendente.
CHAQUETA DEL TENIENTE ANTONIO ARRIBA, DESPUÉS DE SALIR ARDIENDO |
Los días pasan y los inexplicables incendios se suceden de forma cotidiana. Un miedo irrefrenable sobrevuela las calles del pueblo, mientras sus gentes ven como sus casas, animales y tierras de labranza, se convierten en cenizas en instantes.
Los medios de comunicación de la época comienzan a dar cobertura a tan insólita noticia. Los sucesos de Laroya, aparecen en las páginas de periódicos como Ya, ABC o El Correo de Andalucía.
Dado el desconcierto que los sucesos del pueblo generan, las autoridades competentes, deciden enviar un grupo multidisciplinar para investigar los misteriosos fuegos de Laroya.
Todo parecía indicar que al fin, para alegría y consuelo de los vecinos del pueblo, se lograría poner un punto y final a muchos días de agónico miedo.
En pocos días, Laroya está inundada de científicos altamente cualificados en búsqueda de respuesta al misterio, como los doctores López Azcona Llorente y el meteorólogo Román Samaniegos, del Centro Geofísico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. El Instituto Sismológico de Almería, desplazó al pueblo al Dr. José Rodríguez Navarro, quién está acompañado del representante del Servicio de Magnetismo y Electricidad Terrestre del Instituto Geográfico y Catastral, el señor José Cubillo Fluiters.
EL INFORME OFICIAL |
Los científicos caminan por el pueblo derrochando léxico académico y cargados con caros equipos técnicos, aunque sin dar con una solución del problema.
Los fuegos siguen su ritmo normal de apariciones. En casi dos meses desde que se iniciara en cortijo Pitando el primer suceso, cerca de 400 fuegos han sido contabilizados en la comarca. Los vecinos del pueblo están al borde de la histeria colectiva.
De la noche a la mañana los científicos comienzan a marcharse. En el pueblo dicen que, tras las numerosas pesquisas realizadas con resultado infructuoso, se marchan acobardados por un miedo irracional ante los hechos que allí suceden, y abandonan el pueblo convencidos de que lo que en Laroya sucede escapaba a la lógica de la ciencia.
EN LA OSCURIDAD, EL FUEGO PARECÍA NACER DE ESFERAS AZULES |
Uno de los científicos más escépticos y convencidos de que el fenómeno del fuego tiene una razón científica es José Cubillo Fluiters, a quién antes mencionamos.
Sus andanzas por el pueblo, aún hoy día, son recordadas con viva excitación. Recuerdan los laroyanos cómo Cubillo Fluiters cargado con su carísimo equipo científico se paró para tomar mediciones en un lugar concreto, y sus propios ojos fueron testigos del fuego que aparecido de la nada y calcinó sus instrumentos.
No se le volvió a ver por el pueblo nunca más.
José Cubillo Fluiters, fue precisamente el encargado de emitir el informe oficial, en el cual, seguramente muy a pesar de su científica mente, reconocía la inexistencia de fuentes de calor, actividad volcánica, gases inflamables o actividad magnética de índole alguna en la zona. Descartaba también que los extraños fenómenos fueran efectos de actividad eléctrica o fenómenos atmosféricos, y desde luego reseñaba con especial énfasis la improbabilidad de que el factor humano fuera el causante de los fuegos de Laroya.
Una vez concluido el informe y hecho público, ante la ausencia de explicaciones por medio de la ciencia, los fuegos de Laroya cayeron en el olvido por parte de los medios de comunicación. El eco del misterio almeriense se difuminó, o lo difuminaron. No era época para misterios incomprensibles. En una España de posguerra, algo que era inexplicable y no podía entenderse, mejor era silenciarlo y esconderlo.
Lo tremendo del caso es que el pequeño pueblo de la serranía almeriense, continuó sufriendo el acoso del fuego misterioso durante mucho tiempo. La desidia de las autoridades dio paso al olvido y los laroyanos se lamieron sus heridas sin el apoyo de nadie.
La niña María Martínez acabó con su vida ingiriendo sosa cáustica. Nunca superó la angustia y el miedo que la poseía. Dicen que se sentía culpable por lo sucedido. Con ella comenzó todo, en ella ardieron las primeras llamas. Demasiado sufrimiento. Al poco tiempo, su hermana mayor, se arrojó por un barranco y se quitó la vida. Poco después, el hermano de ambas, era encontrado ahorcado en el interior de la vivienda.
Los rumores de que los tres hermanos se llevaron algún extraño secreto a la tumba resonaron en el pueblo durante mucho tiempo. Se decía que en cortijo Pitando habían sucedido más cosas de las que se habían contado.
TUMBA DE LA FAMILIA MARTÍNEZ |
Entre bosques de pino carrascal y negral, rodeado por sotobosques de jara entre almendros y olivos, los blancos muros y la teja rojiza de las casas del pueblo de Laroya, despabilan al caminante que se adentra en sus lindes.
Tras una corta pausa, absorto y embebido del paisaje de la comarca del mármol en la serranía de Filabres (Almería), el visitante siente que llega a un lugar de mágico entorno dónde el misterio se instaló tiempo atrás en sus fincas y casas, permaneciendo vivo en la memoria colectiva de sus vecinos hasta nuestros días.
Laroya es sinónimo de misterio. Sus calles, sus cortijos y fincas, las rocas del camino, los senderos y pastizales; no pueden desligarse de los hechos que un día 16 de junio de 1945 comenzaron a sembrar de pánico la comarca, situando el pequeño pueblo serrano en el mapa nacional, bajo la escrupulosa e inquisidora mirada de investigadores de toda índole y el desconcierto de las autoridades que no dieron crédito a los sucesos que allí ocurrieron y para los que nunca tuvieron respuestas.
El fuego cesó. La calma llegó para quedarse y el tiempo comenzó a cerrar heridas y a desvanecer el miedo que circulaba junto al aire por las calles.
El fuego se fue y no volvió. Pero en Laroya, lo que finalmente quedó impregnado en cada rincón de su geografía serrana, fue el sentimiento de que un día de junio, algo inexplicable, extraño y misterioso, se alojó en el pueblo para no marcharse jamás.
Los fuegos de Laroya están considerados como uno de los casos de combustión espontánea mejor documentados hasta la fecha. Un enigma vivo y sin respuesta.
Pero en otros lugares han sucedido hechos parecidos.
En junio de 1925 en una finca conocida como el Perdigón en la Rioja, vecinos y cazadores, durante semanas fueron perseguidos por fuegos extraños.
También en Argamasilla de Alba (Ciudad Real), los alumnos y profesores de una escuela rural, sintieron el pánico de enfrentarse ante fuegos espontáneos que aparecían de la nada.
El fuego, aparece arde y termina extinguiéndose. No así el misterio, que tras invadir la mente, devora el espíritu y a veces la razón, y termina adosado a nuestro recuerdo para siempre.
Aportes y Datos;
Bibliografía:
Enigmas sin resolver, II
Iker Jiménez, Editorial EDAF
En la Web:
http://www.culturandalucia.com/Los%20fuegos%20de%20Laroya_Almeria_Reconstrucc%C3%ADon.htm
Para escuchar:
Podcasts:
http://www.ivoox.com/fuegos-laroya-audios-mp3_rf_193057_1.html
Joder... Yo me volveria loca.. yo pienso que algo "extraño" hicieron esos tres hermanos (si no es asi, lo siento) pero es mucha casualidad que una vez muertos los tres, el fuego cesara para siempre..¿no?
ResponderEliminarPor otro lado me recuerda al libro: el nombre del viento, pues los chandrian (unos demonios) aparecian mediante bolas de fuego azul u.U Un caso chungo la verdad...Muy interesante. Saludos!
Hola Estampida,
ResponderEliminarYo pienso que realmente los hermanos no tuvieron nada que ver con los fuegos. Hubo muchos científicos e investigadores presentes y nada señaló el factor humano. Opino que se quitaron la vida porque no pudieron aguantar el profundo miedo que sintieron o las presiones externas.
Aunque seguramente nunca lo sepamos.
Gracias por tus comentarios.
Saludos.
Como todo lo que publicas, interesante relato, hacia mucho tiempo había oído hablar de ese pueblo de Almería.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Un abrazo Jorge, te sigo echando de menos, al menos por nuestros Blog nos podemos ver de vez en cuando.
Un besote
Gracias Adolfo, un fuerte abrazo amigo.
ResponderEliminar