miércoles 2 de febrero de 2011

EL VAMPIRO DE DÜSSERDOLF

J.J.D.R
Peter Kürten nació en Koln Mullheim (Alemania), un día 26 de mayo de 1883. Se crió en el seno de una familia muy pobre, dónde eran trece hijos que mantener, y cuyo padre alcohólico, sin trabajo y de pésimo carácter, abusaba de ellos propinándoles brutales palizas y continuas vejaciones. En  este ambiente hostil creció Peter Kürten, siendo su infancia un auténtico tormento. Vivían y dormían hacinados en una habitación minúscula, hermanos con hermanas, junto a un perturbado padre que aprovechaba cualquier momento para abusar sexualmente de sus hijas.
Con tan solo ocho años, el pequeño Peter decide abandonar a su familia y se escapa de casa. Está cansado de recibir las continuas palizas que le da su padre. Al cabo de un tiempo, regresa a casa después de haber estado vagabundeando por las calles, cometiendo pequeños hurtos para sobrevivir. De cómo lo recibió su padre poco se sabe, aunque, tal vez, ni tan siquiera notase su ausencia.
PETER KURTEM
Pasado un tiempo la familia se trasladó a Düsserdolf, ciudad que verá crecer al pequeño Peter, hasta verlo convertido en un hombre que dejará una indeleble huella en la memoria de la ciudad.
Pronto Peter Kürten hace de la calle su hogar, acostumbra a rodearse de vagabundos y   delincuentes. Amparado en tan negativas compañías, le complace ver morir a los gatos, algún perro, ovejas e incluso gallinas, a los cuales después de sodomizar y degollar, bebe su sangre con autentico deleite. Un oscuro manto de depravación y dolor ajeno comienza a cubrir la personalidad oscura y obtusa del joven. El mal comienza a sesgar su mirada, y termina rompiendo con cualquier atisbo de humanidad.
La sensación de poder que le produce la muerte de los indefensos animales, le lleva pronto a cometer su primer crimen, aunque, en este caso, las pruebas de dicho delito no estén muy claras. Dos muchachos jugaban a bordo de una pequeña embarcación que surcaba el río. Parece ser que Peter, movido por algún influjo diabólico, se hizo ver de los muchachos y una vez que se ganó su confianza, terminó ahogándolos sin compasión. Cómo ya digo, en el particular de este caso,su implicación en el doble homicidio no están claras, pero después de su famosa carrera criminal, muchos testigos lo situaron en el lugar de los hechos.
Con catorce años, después de verse implicado en un atraco, cumple su primera condena.
Desde entonces pasará 20 años entrando y saliendo de la cárcel por sus actos delictivos.
Sabía manejarse bien con los presos a los cuales provocaba, para recibir como castigo el aislamiento. Sólo, en la celda de castigo, según contaría años después, ideaba las tramas de sus atrocidades dando rienda suelta a su imaginación cruel y sangrienta.
A los 16 años mantuvo una relación con una prostituta, la cual disfrutaba con el sadomasoquismo, así que Peter disfrutó de lo lindo vejando y maltratando a la meretriz hasta la saciedad. Sus peores instintos habían despertado. El niño que fue víctima se convirtió en verdugo, y ahora ansiaba que aflorase el sentimiento que emanaba de sus entrañas y que le ordenaba un único y pérfido objetivo, matar…y saciar su sed criminal.
El día 13 de mayo de 1913 Khristine Klein de trece años dormía plácidamente en su dormitorio. Sus padres habían salido y la niña se encontraba sola. Peter Kürten entró en la vivienda con la intención de robar. Al recorrer las estancias, comprobó que la muchacha estaba dormida en su cuarto y sola. Sin preámbulos de ningún tipo, se abalanzó sobre la pequeña e intentó estrangularla, pero al encontrar resistencia, sacó un machete de su bolsillo y degolló a la frágil criatura.
Cuando fue capturado tiempo después, dijo haber sentido un inagotable placer al ver gotear la sangre del cuello de la muchacha. Peter sufría eyaculación precoz, muy común en psicópatas asesinos, y en aquella ocasión no llegó a penetrar a la víctima, pero su orgasmo se produjo al ver cómo se derramaba la sangre de la niña sobre el suelo.
La muerte de la pequeña Khristine Klein conmocionó la apacible rutina de la gente de Düsserdolf. En seguida se abrió una investigación y no se hablaba de otra cosa en las calles. Peter, incluso, llegó a intercambiar impresiones con los asustados vecinos, los cuales ignoraban que el asesino charlaba tranquilamente con ellos. Esto gustaba mucho a Peter, le hacía sentirse importante al comprobar que la gente hablaba de sus actos criminales. Su ego engordaba y su satisfacción aún más.
Llegó la primera guerra mundial, y Peter Kürten pasó una época algo menos activa criminalmente. Siguió visitando la cárcel, pero por asuntos de poca monta. Entraba y salía como acostumbraba desde bien pequeño.
Hasta que un cambio inesperado surgió en su personalidad. Cumplidos los cuarenta años comenzó a trabajar desempeñando labores en algunas fábricas. Fue en esta época cuando conoce a una mujer de familia acomodada. Ambos se enamoran y se casan. Peter cambia radicalmente su aspecto. Comienza a llevar una vida bastante más organizada y se viste con buenos trajes, usa perfume caro y se engomina el pelo, aspecto éste poco frecuente en la época. Su fachada es la de un auténtico caballero.
Pero naturalmente todo era facha. El germen monstruoso que poseía Peter surgió de nuevo en la década de los veinte. Llevando una doble vida totalmente camuflada, empezó a dar rienda suelta a sus instintos más perversos. Violaba y mataba a niñas, pero también hombres y mujeres adultos, a los cuales les infringía terribles heridas para saborear después su sangre caliente. Adoraba sentir la tibieza de la sangre en sus labios. Surgió el hombre convertido en vampiro, y también en pirómano, pues disfrutaba mucho prendiendo fuego a sus víctimas. Así murió Rosa Ohlijer, una niña de ocho años a la que apuñaló hasta en trece ocasiones, para acto seguido beber su sangre. Después, la roció con gasolina, y experimentó su mayor placer cuando vio retorcerse a la pequeña entre las llamas.
Las rejas del infierno se abrieron para Peter. Su odio hacia la especie humana fue creciendo de tal modo que, en los siguientes años, cometió cinco nuevos asesinatos brutales. Se creía inmune al castigo humano. Pensaba que nadie podía detenerle. Y siguió con sus andanzas, llevando una vida tan ordenada y cívica, que hasta sus vecinos llegaron a decir que era un hombre modélico.
Después de dos nuevos crímenes, una joven de 14 años y otra de 15, los vecinos de la pequeña localidad de Düsserdolf, cansados de tanta sangre derramada, pedían a gritos justicia. La policía no conseguía pruebas determinantes sobre el asesino. Y todo indicaba que tan solo un despiste podía desenmascararle.
Y así sucedió. En 1930 Peter Kürten eligió como siguiente víctima a María Budlick. María era limpiadora doméstica y se dejó seducir por Peter. Éste la llevó a un pequeño bosque donde siguiendo su ritual proceso diabólico, la violó e intentó estrangularla. Sin escapatoria posible, María mantuvo la calma y Peter tuvo su orgasmo prematuro sin llegar a matar a la joven. Una vez satisfizo su deseo sexual, perdió el interés en la mujer, a la cual dejó con vida y se marchó.
En varios ataques anteriores, algunas víctimas sobrevivieron, pero sin poder dar muchos datos físicos que resultasen contundentes, sus testimonios quedaron baldíos. En cambio, María supo reflejar con acierto y extremada exactitud los rasgos físicos de su agresor. Al día siguiente del ataque, en primera plana de todos los periódicos apareció un retrato robot del asesino más buscado en toda Alemania. Huelga decir que el dibujo era un reflejo perfecto del rostro de Peter Kürten.


Cuando el asesino vio su rostro en los periódicos entendió que estaba perdido. Pero incluso en aquel momento, su perturbada mente maquiavélica urgió un plan de última hora. Los periódicos anunciaban una recompensa para quién diese con el paradero del asesino.
Con total aplomo y descaro, se sentó frente a su esposa y comenzó a explicarle los crímenes que había cometido. La pobre mujer, ajena a todo, cayó desmayada en el acto. Cuando despertó, se encontró con el hombre que le acababa de confesar ser el asesino de tantas inocentes víctimas. Minutos antes era su fiel y modélico esposo. Así que la mujer, pensando cabalmente lo que le convenía en situación tan delicada, prestó oído a la propuesta de su marido. Peter le dijo que fuese a la comisaría y le delatase, y así podría cobrar la recompensa.
El día 24 de mayo de 1931 Peter Kürten se entregó a la policía. El vampiro de Düsserdolf, cómo se le conoció por su disfrute de la sangre que derramaban sus inocentes víctimas, llegó engominado y con su mejor traje a la comisaría, donde le recibieron unos asombrados agentes a los cuales enseguida relató cada uno de los crímenes que había cometido.
TRAS SU DETENCIÓN

En el juicio, expertos psiquiatras descartaron enajenación mental, y argumentaron que el acusado estaba cabalmente consciente en cada uno de sus actos cometidos.
El jurado deliberó y dictó sentencia.
Por nueve asesinatos, ocho intentos frustrados, y cerca de ochenta agresiones sexuales, Peter Kürten fue sentenciado a morir en la guillotina.
Dicen que el vampiro de Düsserdolf, ante las escaleras del patíbulo, pidió un último deseo que dejó helado a los presentes. Con total calma frialdad y satisfacción en sus palabras, deseó poder escuchar el goteo de su sangre al caer al suelo.
Nos congratulamos en saber que, ésta vez, el placer no fue el suyo.








Bibliografia
Psicokilers, asesinos sin alma (Juan Antonio Cebrian)


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